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¿Te imaginas cuando tú se lo enseñes a tus hijos?

Nai • nov 14, 2019

El ciclo de la vida

Hoy he pasado una mañana deliciosa cocinando con mi madre. Me ha estado enseñando a hacer una receta que os mostraré mañana en el blog: conejo al ajillo. A mí todo lo que cocina mi madre me sabe a gloria, pero muchas veces cuando sigo sus indicaciones telefónicas la receta no me queda igual. Por eso hemos empezado a quedar una vez a la semana para que me enseñe las recetas con sus trucos, sus anotaciones, sus detalles. Y que yo vea el punto de dorado cuando hay que freír algo, cuándo hay que sacar los ajos del sofrito o cuál es el espesor óptimo de una salsa... O sea, todas esas cosas que uno solo aprende cocinando con la supervisión de una master chef.

Mientras preparábamos el conejo, al encender la placa de inducción, mi madre me ha contado una historia familiar que yo no nunca le había oído.
- Siempre que enciendo la placa para cocinar me acuerdo de tu abuelo.
- ¿Por qué?
- Porque cuando yo era pequeña, la cocina era de carbón y lo primero que hacía mi padre por la mañana era levantarse antes que nadie para encender la cocina, y se tiraba su media hora dándole aire con un cartón al fuego para que cogiese calor y poder calentarnos el agua para asearnos y la leche del desayuno. Me acuerdo perfectamente del sonido del cartón contra la cocina pam, pam, pam. Es como si lo estuviese escuchando. Ahora es tan fácil como poner el dedo en un botón. Siempre que enciendo la placa pienso que si mi padre levantara la cabeza, no se creería lo fácil que es hoy en día calentar la leche o cocinar. También me ha contado que, cuando se compraron su primera lavadora, mis abuelos, mi tía y ella se pasaron un programa entero viendo la ropa dando vueltas con el agua y el jabón dentro del tambor, maravillados de semajante aparato que iba a ahorrarle a mi abuela horas de tediosos quehaceres con la gestión de las prendas de toda la familia.

¡Cómo ha cambiado el mundo desde la época de nuestros padres! Los que hemos nacido en una época en la que todas estas comodidades ya existían, nunca podremos hacernos a la idea de lo que significaba ir a lavar la ropa a un río, ducharse con un caldero de agua, o tirarse media hora avivando unas brasas para que tu familia pueda tomarse la leche caliente. Trabajos de todos los días que antes consumían una buena porción de la jornada, y hoy son tan automáticos y tan rápidos que no los tenemos ni en cuenta.

"¿Te imaginas cuando le enseñes esta receta a tus hijos?"- me ha preguntado mi madre. Y hemos tenido las dos un momento emocionante. A Torpedín le encanta cocinar. Ya os he enseñados aquí y en Instagram muchas cosas que hago con él en la cocina. Me ayuda a hacer zumo, el café, las tostadas, hemos hecho polos y helados en verano, gelatina, pizzas, champiñones rellenos... Le encanta tocar la comida, mancharse las manos, remover, probar. El día de mañana les enseñaré la receta que he aprendido hoy de mi madre, y quién sabe los avances culinarios que existirán entonces. ¿Placas que funcionen por control de voz como Alexa? ¿Sartenes robotizadas que muevan los alimentos dentro para que no se peguen? ¿Platos que nos calculen las calorías y nutrientes de la comida que les pones encima automáticamente? ¿Vajillas autolavables? ¡Yo qué sé!

Lo que sí sé es que me encantará dentro de unos cuantos años pasar una mañana con mis hijos cocinando con el cariño, la experiencia y la paciencia que ha cocinado hoy mi madre conmigo. Y me encatará que nos contemos las anécdotas del día a día como nos las hemos contado hoy. Ojalá ese día esté mi madre también con nosotros. Por mucho que evolucione la ciencia y la tecnología, por muy fáciles que se vuelvan las tediosas tareas del hogar, siempre pasaremos el rato juntos. Este trasvase de conocimientos entre generaciones, este estar juntos sin prisa pero con prosa y contarnos lo que nos pasa por la cabeza mientras cocinamos un conejo al ajillo, eso no hay tecnología que lo pueda mejorar. Porque es inmejorable.

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