Hemos tenido una entrada del curso movida. Los primeros días de clase, la adaptación y después de cuatro días, una laringitis aguda. Habíamos planificado un sábado de celebraciones familiares y un domingo divertido para Torpedín en el parque de bolas (con este tiempo es complicado pensar planazos para los enanos). Como casi siempre que se hacen planes con niños, no hemos cumplido con nada de lo previsto.

La sobremesa del sábado la hemos pasado en urgencias enchufando aerosoles y jeringas con medicamentos al pobre Torpedín. Me acuerdo hoy de las personas que me dijeron cuando le metí a la guardería eso de: “Mejor que empiece ahora. Lo va a pillar todo, pero para cuando llegue al cole, ya tendrá el sistema inmunitario a prueba de bomba”. Pues va a ser que no. El primer año de guarde estuvo 30 días de la primera evaluación sin ir al cole por estar malito. Su primer cumple se lo pasó también chutándose aerosoles por una bronquiolitis (que ha tenido ya ni se sabe cuántas). El año pasado cogió él boca-mano-pie, tuvo neumonía... La lista es larga.

Creo que es lo más duro de ser mamá. Cuando se ponen malitos y tú estás ahí, todo abrazos, besos y palabras de apoyo, deseando que te lo pudiera pasar a ti por contacto y quedarse él como una rosa. Por lo menos ahora, ya un poco más mayor, puede decirte lo que le duele. Antes era todavía más frustrante. Modo desahogo ON... 😅En fin... un saludo para todos los papás y mamás (y abuelos y abuelas, que de niet@s enferm@s sabéis un rato) que tenéis en las urgencias del hospital más cercano vuestra segunda residencia de invierno. ¡Qué esta temporada sea lo más light posible!