Hoy he ido a la peluquería. No ha sido en plan una tarde de relajo y masajes en mi cuero cabelludo hasta dormirme, ni tratamientos faciales, ni ha habido manicura, ni pedicura, ni ná. Tinte, lavado, corte, y no me peines, que tengo a mi marido dando vueltas con los enanos por el centro comercial. Pero eso el peluquero ya lo sabía, porque han venido tres veces a ver si mami se había fugado. “Se fue a la peluquería, y no le volvimos a ver el pelo” (festival del humor ).

Total que, casi dos horas más tarde, después de venir tres veces a contarme que tenía una pelota de goma nueva, que papi le había comprado una chuche y que había jugado en un tren que hacía ruidos (💙), he salido de allí con mi melena medio mojada al viento, y va el enano y me dice: “‘Mami, ¡te has hecho guapa!”. 😂😂😂😂 de repente el chiquito me ha visto así como distinta. Mira que a mí me gusta el pelo largo y suelto, pero desde que soy mamá entre que con el postparto se cae un montón, que de bebés te lo agarran y te arrancan lo más grande, y que siempre estás cargada con los nanos o con sus cachivaches, como que me estorba. Según me lo lavo, me hago un moño y a funcionar. Entre eso, y las ojeras de oso panda por los mil despertares nocturnos, te dejas de ver tú. Como que tienes pocos días de esos en los que te sientes súper a gustito en tu piel (sobre todo en el primer año después de dar a luz). Luego te vas viendo poco a poco mejor, vas encontrándote la gracia otra vez. No sé si me han dejado bien o mal, y las ojeras de oso 🐼 siguen ahí, pero hoy en los ojitos de mi pequeño koala me he visto más guapa que hacía mucho tiempo!