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El sueño infantil... ¡Y la madre que lo trajo al mundo!

Nai • dic 05, 2019

La paciencia es la madre de la crianza

Nunca he hablado del sueño de Torpedín. Ha sido uno de los aspectos más duros de tener dos hijos: que uno no duerma la noche del tirón cuando viene otro bebé. No es un niño que haya dormido especialmente bien nunca. Hasta hace un año hicimos colecho con él (el colecho, uno de los zascas de la maternidad que os conté en este post) y sus despertares eran más o menos llevaderos porque no tenía que levantarme e irme a otro cuarto. Había días en los que pedía comer algo, beber agua o ponerse a dibujar (me he dibujado muchas cartulinas de vampiros, brujas y fantasmas como las que os enseño aquí a las 4 de la mañana mientras él me miraba maravillado o cogía un rotulador y se podnía a ayudarme). Salvo esos días de desvele, en general era llevadero. Nunca un sueño reparador de esos que no sabes en qué día vives o dónde estás cuando te despiertas, pero no sentíamos especialmente dura la falta de sueño.

Desde hace un año, con la inminente llegada de Bolinha, decidimos animarle poco a poco a irse a su cuarto. Es una habitación decorada con motivos marítimos, con una colcha de un pulpo (un animal que le encanta), y que siempre le ha gustado. Empecé yéndome a dormir con él un par de semanas. Luego le dormía y me volvía a mi cama, y poco a poco se fue acostumbrando a dormirse allí y a que mamá, cuando él se despertaba, no estaba.

El problema con el sueño infantil, es que es inmaduro (como casi todo lo que tiene que ver con el desarrollo de los niños, una parte muy importante se debe, simple y llanamente, a su  poca edad). La mayoría de los bebés y niños pequeños se despiertan entre un ciclo de sueño y otro. A ti y a mí también nos pasa, sólo que normalmente casi ni nos damos cuenta y nos volvemos a dormir. Aunque a veces ocurre que nos desvelamos en medio de la noche y pasa un buen rato hasta que somos capaces de volver a conciliar el sueño. Ese proceso de volver a conciliar el sueño, muchos niños pequeños no saben hacerlo solos.

Dice Alberto Soler en su libro “Niños y padres felices” que tendemos a imaginarnos el sueño como un interruptor de on y off, y que es más bien como bucear. Estar en el agua sería comparable a cerrar los ojos y quedarse dormido, pero a lo largo del sueño vamos alcanzando distintas profundidades.

Hay dos tipos de sueño:
  • SUEÑO LENTO. Ocupa el 80% de nuestro sueño y pasa por 4 fases, desde el adormecimiento, seguido por el sueño ligero hasta el sueño más profundo y reparador.
  • SUEÑO PARADÓJICO. Ocupa alrededor del 20 % de las horas que dormimos. Durante este periodo nuestro cerebro trabaja casi tanto como cuando estamos despiertos, pero impide que nos movamos. Es el conocido como sueño REM (rapid eye movement) durante el que soñamos, y es el momento donde más difícil es que nos despertemos.

Cuando los bebés son muy pequeños, entre los 0 y los 3 meses, la mayor parte del sueño es REM. Al nacer, tenemos TODO por aprender del entorno en el que vivimos, y esta fase del sueño se relaciona con la asimilación de los conocimientos obtenidos durante el día. Por eso se cree que los bebés recién dormidos duermen tanto y tan profundamente.

Luego el cerebro se va desarrollando y duermen menos en fase REM y más en sueño lento, por lo que es más fácil que se despierten con ruidos o al dejarlos en la cuna. Al pasar de un ciclo a otro de sueño (siguiendo con la metáfora del buceador, imagínate que fuese trazando eses en horizontal, sumergiéndose poco a poco en las profundidades del agua, y poco a poco volviendo a la superficie, para luego volver a bajar), puede ser que incluso nos despertemos. Los adultos, con un sueño ya maduro, somos capaces de volver a dormirnos o incluso no llegar a ser conscientes de habernos despertado. Los niños pequeños es habitual que se despierten entre un ciclo y otro.

Esto es, exactamente, lo que le ha pasado siempre a Torpedín. Desde que duerme en su cuarto, viene a buscarme en cada despertar nocturno, y, como duerme en su habitación, tengo que levantarme para ir a su cuarto y que se duerma de nuevo. Conclusión: la que se desvela soy yo. Se puede despertar entre 0 y 3 veces cada noche. Podéis hacer la media. La mayoría de las noches me desvelo entre 1 y 2 horas. A eso le añadimos a Bolinha, que es una bebota y se despierta un par de veces para comer. Está siendo la temporada de mi vida más dura en cuanto a sueño. Tengo unas ojeras que da miedo verme. Lo de oso panda se queda corto. Pero lo peor de esto no son las ojeras; es el estado de ánimo de una mamá cansada. Cansada no, agotada. Cuando estás muchos días al límite de tu aguante físico, saltas con facilidad en cualquier situación del día a día. Con bebés y niños pequeños alrededor, es muy duro.

El otro día Torpedín se despertó hacia las 6 de la mañana, y no conseguí que volviera a dormirse. Yo estaba tan cansada, que me enfadé con él. El pobre me preguntaba: “¿Estás contenta, mami?”. Y yo no le podía decir que sí, porque no lo estaba. Hasta que me di cuenta de que estaba enfadada por algo que escapa totalmente de su control. ¿Quién se despierta intencionalmente 2 horas antes de lo que le toca? El primero que estaba contrariado era él. Si se había desvelado, no era culpa suya. Son cosas que pasan. A mí también me pasa muy a menudo. Y en ese momento me di cuenta de cómo somos de injustos los adultos con los ritmos de los bebés y los niños. Nos enfadamos porque nos vienen mal o estamos cansados, pero no entenderíamos que alguien se enfadase con nosotros por esa circunstancia.

El día a día con los niños es difícil cuando el sueño, el hambre o el carácter del niño no se ajustan a lo que los adultos consideramos llevadero, porque les comparamos con nosotros. Queremos que se duerman solos; que si se despiertan en mitad de la noche, se entretengan solos mirando un cuento y nos dejen dormir; que se coman todo lo que decidimos nosotros ponerles en el plato; que obedezcan a la primera sin rechistar aunque no entiendan por qué les pedimos las cosas. Por supuesto, nada de esto pasa así. Y reconozco que se hace duro, para mí la primera. ¿Entonces qué hacemos?

Lo que yo hago es leer libros y conocer autores que controlan del tema y nos hablan de las leyes del niño como leyes diferentes a las que mueven a los adultos, como seres física y psicológicamente inmaduros. Esto me ayuda a tener perspectiva y a sacar algo de paciencia de donde ya no queda. Yo siempre estoy leyendo ualgún libro de crianza. A ratitos, poco a poco. Pero es como esa dosis de vitaminas que me da energía y un chute de paciencia y calma cuando ya casi no me queda. Hay gente que me conoce y me pregunta por qué sigo leyendo libros de crianza si Bolinha ya es mi segunda hija. Ya tengo una experiencia. Pero lo cierto es que cada semana, cada mes, cada año, según los niños se han mayores van surgiendo nuevos retos y tenemos que plantearnos cómo los enfocamos. A mí me ayuda mucho leer a ciertos autores, hacer cursos, ir a conferencias. Así no pierdo el foco y sigo intentando hacerlo lo mejor posible. Cada día en la crianza hay muchos “fuegos que apagar”. Si pones el foco ahí, en la supervivencia del día a día, en apagar los “fuegos”, a lo mejor vives más cómodo, pero no tendrás ningún control sobre el tipo de educación que estás dando. Leyendo, estructurando lo que hacemos como padres y siendo conscientes de los mensajes que mandamos a diario a nuestros hijos, controlamos hacia dónde dirigimos su desarrollo. Eso sí, hay aspectos que dependen de su edad. Ahí poco podemos hacer más que tener mucha paciencia y ser comprensivos. También ayuda que tengas tribu a tu alrededor que te permita una cena en pareja de vez en cuando, un café con una amiga, o un paseo para aclarar las ideas. Es decir: autocuidado. Con conocimiento y la distancia justa en los momentos indicados, todo se hace más llevadero.

¿Qué haces tú para no perder la paciencia y la perspectiva en la educación de tus hijos?
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